Marías cierra su trilogía

 

Casi nueve años de trabajo y más de 1.500 páginas conforman la titánica trilogía Tu rostro mañana (Alfaguara), de Javier Marías. El escritor presenta el tercer y último volumen Veneno y sombra y adiós, una novela sobre la traición y sobre los múltiples rostros de la naturaleza humana.

¿Cerrar la trilogía le ha aportado presión extra?
Mientras escribía este tercer volumen a veces pensaba: ¿en qué jardín me he metido?

¿Ha logrado atar la novela?
Encaja más de lo que era de prever. Todo lo importante al menos acaba siendo explicado.

¿Trabaja sin esquemas?
Si yo supiera la historia entera de una novela, ya no la escribiría. Sería un ejercicio de redacción que me aburriría. Configuro, averiguo la novela. Decido sobre la marcha. Quizá esta es una de las razones por las que ha salido tan extensa. Aunque no era mi intención inicial. Ha habido muchos momentos de desfallecimiento.

¿Le ha dejado agotado?

Entre un volumen y otro no tomé apenas descanso y escribir es una tarea difícil. No entiendo cómo es que hay tanta gente escribiendo novelas cuando es un ejercicio físico y mentalmente agotador.

La traición es un eje fundamental de su obra...
Todo el mundo lleva dentro sus probabilidades, y sólo es cuestión de tiempo y de las circunstancias que salgan a la luz. Cabe la posibilidad de que no se nos ponga a prueba, lo cual nos permite pensar que nosotros no delataríamos, no mataríamos, no traicionaríamos. Pero de ahí "tu rostro mañana", nadie conoce bien su rostro de hoy y mucho menos el de mañana.

¿Una traición inoculada como un veneno mortal?
En la novela, el veneno es la posibilidad de utilizar la violencia. Y una violencia que nunca es descartable del todo. Nunca podemos descartar nada del todo. Hay personas que andan seguras de que jamás harían esto u otro. Se puede creer y desear que así sea. Pero descartar del todo las cosas es muy difícil y arriesgado.

¿Cuál es el rostro de España?
Esta es una época de bastante decadencia intelectual. La España de la tontuna. Hay una enorme distorsión de lo que tiene importancia. Hay una especie de ola de lo llamado políticamente correcto que creo que es una de las plagas de nuestro tiempo. Cuando se llega a extremos excesivamente ridículos, como por ejemplo intentar reprimir cómo la gente habla, como se expresa, el siguiente paso es reprimir cómo la gente piensa.

¿Tan básico es el lenguaje?

Uno de los elementos de juicio que tenemos para conocer los rostros de la gente es su lenguaje y éste no debe ser aséptico. Al menos en la realidad.

Su última obra también tiene el estilo de las grandes novelas de pensadores del siglo XX, de hombres que vivieron las dos guerras, marcadas por el pesimismo y la melancolía, que intentan abarcar el conocimiento. Ésta no es su generación...
Independientemente de las circunstancias en las que uno se encuentre, la vida para cualquier generación tiene una serie de factores que más o menos subrayados no son muy variables. El dolor, el sentimiento de ser traicionado en distintos grados. Una traición en tiempos de guerra es mucho peor que en tiempos de paz. Las que sufrimos a menudo son en las pequeñas cosas: un compañero de trabajo que nos denuncia ante los jefes. Pero, el sinsabor, el revés que uno siente no creo que sea en su calidad muy distinto. El hecho de no haber vivido esos grandes cataclismos del siglo XX no creo que nos haga demasiado distintos. Creo que toda generación y todo individuo tiene un cupo de felicidades e infelicidades parecido a lo largo de cualquier época, salvo aquellos particularmente afortunados o desdichados. La intensidad de las cosas, eso sí que es muy variable.

¿La vida hablará por nosotros?

La vida habla poco en general. El olvido, el recuerdo, el paso del tiempo y la vejez también están en esta novela. La gran mayoría de cosas que ocurren y pasan por el mundo llegarán un día que ya no serán a no ser que cuenten. Ahí llegamos a la disyuntiva de entre lo que debe contarse y lo que no debe contarse. Por un lado lo que no trasciende, lo que nunca se cuenta acaba siendo como si nunca hubiera existido. Pero, ¿por qué añadir más historias atroces? El mundo ya tiene bastantes. Esto me lo callo y se va conmigo y no va a quedar memoria o lo cuento y lo hago saber. Eso quizá "flote todavía algún tiempo". Y otras veces, decides no añadir esta historia particularmente horrible al mundo. Esto es lo que muy pocas veces ocurre: callarse para no añadir al mundo una atrocidad más.

Ha definido en alguna ocasión, España como un país envilecido...

España siempre ha sido bastante corrupto. Por primera vez en nuestra historia, casi por primera vez, llevamos 30 años de sistema democrático, y no cuando había una nobleza que abusaba de la gente y una iglesia poderosa llena de curas ignorantes, ahora resulta que llevamos 30 años de lo que muchos aspirábamos a tener en la vida y resulta que tampoco esas corrupciones desaparecen sino que son fomentadas y alentadas por instituciones públicas como los ayuntamientos o las comunidades autónomas. Lo que causa consternación es que no haya habido evolución.

¿Preferimos mirar para otro lado?
Creo que la gente no debería hacer oídos sordos. Lo lamentable es que hay gente en este país que esto no les parece un escándalo. Hay mucha gente que cree que eso les beneficia porque tienen un pisito a aquí o allá y eso se va a revalorizar. Eso es lo peor. Cuando la propia sociedad está convencida de lo beneficioso de esa corrupción. Tememos una visión sesgada, a través de los medios de comunicación, de nuestro país, un país que parece deleznable. Pero sin embargo todos tenemos gente a nuestro alrededor, personas magníficas que jamás estarían en un reality show. Son personas que hacen bien su trabajo, tiene curiosidades, que tienen ansias de saber...Pero estas personas no son visibles en los medios públicos ni están en la política. Lo que es más visible deja mucho que desear.

¿Por qué incorporar a Sir Peter Russell o a su propio padre en la obra?
Las novelas desde que existen, mezclan realidad y ficción. En este caso, porque yo soy español y mi padre era una persona pública. El padre del narrador está inspirado en mi padre y otro personaje, en un famoso hispanista de la Universidad de Oxford, de la generación de mi padre, Sir Peter Rusell, con quién me unía una fuerte amistad. Los dos primeros volúmenes se han publicado en otras lenguas, allá donde se sabe poco de mi biografía, y nadie ha reparado en eso. Lo han leído como ficción, de eso se trata. De lo que se trata es que después de haber pasado por el filtro de la ficción, de la literatura, lo que tiene un origen en la ficción o en hechos reales no se distinga. Es algo que tenía a mano para ilustrar lo que quería decir. Son historias que conozco y resultan creíbles y verosímiles.

¿Qué hay de ficción y de realidad?
Aunque las novelas no admiten todo lo que la realidad admite. La realidad lo admite todo, incluso las coincidencias más absurdas y peregrinas y en una novela no te la creerías. También es cierto que Sir Peter Russell fue espía británico durante la segunda guerra mundial y a través de él y de otros colegas tuve información sobre cómo funcionan estos servicios secretos. Era un factor útil para la novela. Me prestaron parte de sus biografías y las convertí en ficción y ahora son también ficción. Lo curioso es que mucha gente da por verídico lo que no es. Yo me callo porque no hay que enseñar la tramoya.


¿Ha empezado su labor como académico de la lengua?
Cuando tenga un poco de tiempo libre, pensaré en el discurso, encargaré el frac y esas cosas.

  CRISTINA CASTILLÓN
ADN, 3 de octubre de 2007

 

 

"Siento que vivo en una época de decadencia"

 

La última novela de Javier Marías tiene 1.600 páginas. Jalonada por dos muertes recientes: su padre, el filósofo Julián Marías, y su amigo en Oxford, el hispanista Peter Russell. Tu rostro mañana (Alfaguara) es una obra única, y no una trilogía como se ha dicho, que ha ido escribiendo y entregando a sus lectores a plazos. El tercer y último volumen, 700 páginas de nada, es Veneno y sombra y adiós. Con ella cierra uno de los ejercicios literarios más extremos, en cuanto a ambición, digresiones y capacidad de seducir. Disfrazado de historia de espías, destila el misterio y la extrañeza de la vida real.

¿Tras este esfuerzo literario, se siente agotado?
Este libro me ha ocupado los últimos ocho años de mi vida y cuando empecé no sabía bien dónde me iba a conducir. Entonces no tenía ni idea de que iba a ser una novela tan extensa. Salvando las distancias, me ocurrió lo mismo que a Cervantes con el Quijote, que en un principio no iba a tener más allá de los seis primeros capítulos.

Su padre y Peter Russell murieron mientras escribía esta última entrega. ¿Puede decirse que el azar también ha influido en la escritura de Tu rostro mañana?
Pacté con ellos la posibilidad de convertirlos en personajes y les divirtió mucho participar en ese juego literario. Querían leerse. Ambos eran muy mayores, rebasaban los 90, y yo, aunque las sabía posibles, no contaba con sus muertes. Eso ocurrió en la elaboración de este tercer volumen, más o menos en la página 120 del manuscrito. Mientras escribía, sentía que mi padre no se había ido del todo. Acabar el libro fue la culminación de esa pérdida.

Y, en cierta forma, lo convierte en un libro sobre la muerte.
No solo eso. Aspiro a que sea una novela total. Con una gran multiplicidad de temas. Una obra sobre el paso del tiempo, sobre la traición, sobre la importancia de callar o no, sobre la paz y la guerra, sobre la violencia que sufren las mujeres.... Pero también, una historia de amor.

¿Amor? Es difícil creerlo.
Porque se encuentra soterrada, pero la emoción está ahí.

Usted siempre tan austero en lo tocante a los sentimientos.
En mi casa me educaron en el respeto a la intimidad de los demás, pero en fin, eso no quiere decir que no sea cariñoso y no sepa mostrarlo. Lo que no soy ni he sido nunca es cursi.

Wheeler, el personaje de su novela, es decir Peter Russell, y el padre del narrador no se reconocen en el mundo actual. ¿Por qué da la impresión de que a usted, alguien mucho más joven, eso también le ocurre?

Para muchos aún sigo siendo una joven promesa de la literatura, porque empecé muy joven, con 19 años. Pero lo cierto es que tengo 56 y encaro los 60. No sé si son los años, pero tengo la sensación de que vivo en una época de decadencia donde cada vez más prolifera la ignorancia.

Jaime, Jacobo o Jacques Deza, el protagonista de esta novela, lo era también de Todas las almas. Allí era fácil reconocer a Javier Marías.
Entre otras muchas diferencias, él se ha casado, ha tenido hijos y yo no. Además, el protagonista de Todas las almas no tenía nombre.

Usted definió a ese personaje como "alguien que pude ser pero no fui".
Esos son precisamente los juegos que sustentan la ficción. Pero también puedo identificarme con los personajes despreciables. Custardoy, por ejemplo, uno de los villanos de esta novela, tiene en su casa dos cuadros que yo tengo en la mía y además su apellido pertenece a mi familia.

Deza es también alguien que observa, que se mantiene un poco al margen de la vida, reflexionando sobre ella. ¿Se ve así?
Sí... Pero eso no ha hecho de mí una persona desconfiada. Es cierto que a veces me he llevado chascos, pero en general quiero seguir creyendo en la bondad de la gente.

Uno de los grandes temas del libro es el paso del tiempo. ¿Se siente como un Marcel Proust posmoderno?
Bueno, En busca del tiempo perdido era un libro mucho más extenso que este y el arco temporal que reflejaba también lo era. En Tu rostro mañana los dos primeros volúmenes ocupan 900 páginas y solo reflejan un fin de semana. Veneno y sombra y adiós sucede algo después, pero básicamente en un par de días más. Pese a la filiación proustiana, este es un libro muy contemporáneo.

"¿Y qué más?" ¿Le suena la frase?
Sí, solía decírmela mi padre cuando me invitaba a argumentar.

¿La desmesura de esta novela, esa voluntad de tensar los detalles y las reflexiones es una respuesta a aquella pregunta?
En ese ejercicio mi padre nunca se daba por vencido. Jamás le convencían del todo mis razonamientos y siempre me pedía más y más. Sí, es posible que esta novela sea una respuesta a aquello.

 ELENA HEVIA
El Periódico, 28 de septiembre de 2007

 

 

"Cuando la vida real se impone, hay que dejar de escribir"

Julián Marías

El escritor español Javier Marías habla de su obra más ambiciosa, la novela Veneno y sombra y adiós, final de la trilogía Tu rostro mañana. Dice que después de más de ocho años –comenzó en 1998– no sabe si volverá a escribir. El libro, en todo caso, ha sido considerado por la crítica española y europea como una de las mejores novelas de la literatura actual.

Tras el enorme éxito conseguido en Francia y Alemania con sus novelas Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí, Javier Marías aborda en esta monumental obra la insatisfacción del individuo occidental ante la decadencia de nuestros tiempos. Con un argumento preciso –el viaje de ida y vuelta del protagonista de Madrid a Londres– y un lenguaje depurado, la trilogía Tu rostro mañana pone un broche de oro a la obra de quien es, en opinión de muchos, el mejor prosista español actual.

¿Qué sensación tiene al acabar una novela de 1.600 páginas?
La verdad es que cuando empecé no imaginaba un proyecto de estas dimensiones, ni que fuera a tardar más de ocho años en terminarlo. Durante este tercer volumen, el más largo de los tres con diferencia, he tenido muchos momentos de desfallecimiento en que he pensado: “¿Esto adónde va? ¿Voy a ser capaz de cerrarlo como es debido?”. También temía que algo me impidiera acabarlo. Lo que siento ahora es un gran alivio. Luego ya, que el libro guste o no es casi secundario, comparado con poder decir: “Ya está hecho. Logré acabarlo tal y como yo quería”. Pero despedirse de una novela siempre da lástima y en este caso es casi como marcharse de una ciudad donde llevas ocho años viviendo. Da un poco de melancolía. Supongo que al terminar de presentar el libro, tendré una cierta sensación de vacío. Incluso es posible que me entre una buena depresión.

Sigue siendo un “escritor artesanal” y su obra magna también la escribió a máquina.
Sí, claro, como todas. No sé por qué la gente se asombra. Me gusta escribir sobre papel y corregir a mano, hacer mis tachaduras y mis flechas.

Con nuevas tecnologías o sin ellas, ¿es verdad que se plantea no escribir ninguna novela más?
Sí, ahora tengo esa sensación, aunque quizá sea algo pasajero. En todo caso, nunca será nada equivalente a esto. Aunque no soy de los que empalman un libro con otro, por la edad que voy teniendo y dado que he dejado de ser “el joven Marías” [mote cariñoso que le dio Juan Benet], ya que acabo de cumplir los 56, no me veo creando otro mundo novelesco. Es probable que lo próximo que escriba sean cuentos. Es un género que me gusta y en los últimos años lo he practicado muy poco.

Viene de una familia de artistas, pero ¿alguno de ellos imaginó su enorme éxito literario?
El éxito que he tenido con mis novelas no podía predecirlo nadie, y yo menos. El cupo de suerte que cabe en una vida lo tengo cubierto con creces. Lo que me pasó con Corazón tan blanco, que en Alemania ha vendido un millón doscientos mil ejemplares, es hasta anómalo. Yo no escribo libros para una gran cantidad de lectores, así que era algo completamente imprevisible. De niño… pues sí, escribía cosas por divertirme, con doce o trece años. Me parece recordar que mi madre solía guardarlas y puede que anden por ahí, por algún sitio, no sé. Mis padres pensaban que yo tenía bastante vocación, esa palabra que ya casi se ha quedado anticuada…

Bueno, pero su primera novela, Los dominios del lobo, fue tempranísima, solo tenía 19 años.
Sí, supongo que ese fue otro golpe de suerte, aunque es una novela de la que no me arrepiento. Es evidentemente juvenil, pero no me da vergüenza, lo cual ya es mucho. Como no era autobiográfica, que es el peligro de las obras primerizas, creo que sigue siendo una obra bastante legible y graciosa.

En esta novela, en cambio, el tema recurrente es la muerte.
Sí, porque tengo una visión algo negra de muchos aspectos de la vida, pero no creo que sea un libro sórdido. Tiene alguna escena un poco loca y bromas, muchas. Creo que en mis novelas aparecen esos atisbos de comedia que tiene la tragedia. Pueden ser desoladoras en su conjunto, pero también tienen partes cómicas.

Como autor de esta trilogía lo comparan con Proust, nada menos, pese a ser heredero de la escuela anglosajona de Faulkner, Nabokov y Conrad.
En el mundo anglosajón, extrañamente, el párrafo largo lo asocian a Proust, cosa que no entiendo, porque Faulkner lo usa y Henry James también. Es muy importante decidir de quién se aprende, pero con el tiempo las influencias son mucho menores. En mi caso, creo que a partir de Todas las almas adquirí mi propia voz. Nunca he tenido problemas en reconocer de quiénes he aprendido, pero en los últimos años me he encontrado con autores que, sin admitirlo ni agradecerlo, me copiaban. La palabra sería “copiar”, no plagiar, pero copiaban cosas que yo utilizo, recursos y demás. Lo que me extraña es que no lo reconozcan. En cuanto a mí, vengo de muchos sitios distintos, como Sterne, al que he traducido, Nabokov, Faulkner o Juan Benet. También vengo de Valle-Inclán y de muchos poetas. Tengo tramos líricos donde los críticos deberían saber ver a Eliot, Rilke o incluso a Jorge Manrique.

Lo que sí comentan los críticos españoles es su extraño empleo de la coma en esta novela, abusivo según algunos.
Vamos a ver, la puntuación es una facultad muy libre que, en gran medida, se debe al ritmo de la prosa. Unas veces omito ciertas comas muy ortodoxas y otras veces pongo esas comas que producen una especie de torrencialidad. Dentro de una cierta corrección, la puntuación y la sintaxis se emplean en función de la fuerza del texto. La coma de largo aliento, por así decirlo, da una musicalidad especial al lenguaje.

Abre la trilogía con la frase “No debería uno contar nunca nada” y en este último volumen se queja de que “éste es un fatigoso mundo de transmisión incesante”. ¿Acaso no es un escritor una persona fatigosa que transmite incesantemente?
Bueno, esa primera frase es irónica, porque a continuación vienen 1.600 páginas, claro. Pero sí, tienes razón, ese es uno de los asuntos del libro. En cuanto a los escritores, son personas que transmiten, pero no obligan a nada. Puedes leerlos o no y puedes cerrar el libro cuando te dé la gana. No tienen esa capacidad de abuso de la transmisión que se produce con el teléfono, la televisión, la prensa, la radio y demás. Además, la gente habla sin parar y sin tener nunca en cuenta las consecuencias. En los telediarios todos los días se dicen públicamente cosas muy peligrosas y calumnias que pasan por ciertas, porque, como repite uno de los personajes del libro, “todo tiene su tiempo para ser creído”.

Dice haber hecho caso a su madre, que le aconsejó tratar siempre bien a las mujeres. ¿Cree que en esta obra también ha tratado bien a las mujeres?
No creo haberlas tratado mal. A veces les pasan malas cosas, porque en la vida se siguen llevando la peor parte. Sin reventar la trama, te diré que en esta novela el personaje que tiene un mayor grado de moralidad es una mujer. Las mujeres tienen más autenticidad, más nobleza, diría yo, aunque también las hay odiosas, envilecidas y caraduras. Los hombres suelen ser más acomodaticios y menos capaces de afrontar las consecuencias de las cosas que hacen.

¿Por qué no se ha metido nunca en la piel de una mujer?
Solo lo he hecho una vez, en un cuento de hace tiempo, una pieza breve, en primera persona. No me veo capaz de hacerlo. Me resultaría artificial. Creo que no me saldría bien esa impostación. Me sería difícil narrar con la voz de una persona de otro sexo. Es muy respetable, por supuesto, y algunos lo han hecho muy bien, según tengo entendido, pero para mí sería casi un ejercicio acrobático.

Martin Amis me decía que el feminismo ha cometido grandes errores. ¿Está de acuerdo?
Es cierto que en los últimos años, bajo el pretexto de preservar la dignidad de la mujer, ha surgido un feminismo encubierto, digamos, que no es en modo alguno de izquierdas. Es retrógrado, represor, censurador y en España tiene casi la misma fuerza que la Iglesia católica. El feminismo dedicado a lograr la igualdad de derechos y retribuciones es excelente, pero el otro es un desastre. Incluso pretende modificar el habla de las personas, que debería ser libre, aunque nos moleste.

Por cierto, en esta novela emplea constantemente palabras y expresiones inglesas. ¿Hasta qué punto se refleja en su obra su labor como traductor?
Para una persona que quiera escribir, la traducción es una escuela de aprendizaje incomparable. El traductor que reescribe una gran obra afina su instrumento muchísimo. Pero la lengua en la que uno escribe, con ser importante, no es lo principal. La traducción, como decía Borges, es uno de los mayores misterios del universo, pero todo es traducible. Casi nadie ha leído Ana Karenina en ruso, pero todos consideramos que la hemos leído. Y quien conoce más de una lengua hace bien en aprovecharlo en la suya propia, siempre que no cometa barbarismos ingenuamente. En ese sentido, yo nunca he tenido inconveniente en forzar la sintaxis del castellano.

El título de la trilogía Tu rostro mañana alude a la profesión de “intérpretes o traductores de personas”. ¿Tiene la capacidad para saber lo que hará la gente en el futuro?
No es nada sobrenatural. Es una capacidad que tenemos todos, pero la mayor parte de las personas no la pone en práctica. Consiste en fijarse y en registrar determinadas cosas. Tratándose de personas cercanas, normalmente no queremos ver las cosas negativas. Pensamos: “Han sido figuraciones mías. Tendrá un mal día”. Este personaje lo que hace es verlo y afrontarlo. Es una tarea cada vez más extendida en los servicios secretos del mundo entero e incluso en los aeropuertos hay personas que observan los gestos y movimientos de la gente. El sentido del “rostro mañana” es el de saber qué se puede esperar de una persona concreta.

Hay dos personajes importantes basados en personas reales: Peter Wheeler, trasunto de Sir Peter Russell, y el padre del narrador, un álter ego de su padre. ¿Cómo lo afectó que ambos murieran mientras escribía?
El padre de Juan Deza, en efecto, está basado en mi padre, que murió cuando iba por la página ciento y algo de este tercer volumen. Interrumpí mi labor durante veinte días y luego la retomé. Cuando la vida real se impone, uno no debe escribir. Pero no me habría atrevido a que ese personaje muriera, de no haber muerto mi padre. En cuanto a Peter Russell, murió seis meses después. Lo que me consoló fue poder “mantenerlos vivos” durante la escritura de la novela. Al morir en la ficción, se me han muerto ya del todo.

¿Cuál cree que ha sido su mayor aporte a la literatura escrita en español?
Pues mire, ha sido la de traducir al español obras como el Tristram Shandy, de Sterne, o El espejo del mar, de Conrad. En cuanto a mi obra, tal como dijo en su momento Eduardo Mendoza, quizá haya sido un precursor en elegir con libertad mis temas y lugares. En España, lamentablemente, esto no lo hacía nadie.

Por último, a nuestros lectores les interesará saber qué escritores colombianos ha leído.
Conozco a García Márquez. El amor en los tiempos del cólera y Crónica de una muerte anunciada son dos libros que me entusiasman. También admiro a Álvaro Mutis. Me deslumbró La nieve del almirante, pero toda la serie de Maqroll el Gaviero me gusta muchísimo. Y de los más recientes, conozco algo de Héctor Abad Faciolince. He leído lo último, El olvido que seremos, donde habla de la relación con su padre. Uno de los efectos laterales de escribir este libro tan largo ha sido que los últimos ocho años he leído muy poco que no tuviera que ver con el propio libro, y muy poca novela. Para no decaer, me he tenido que convencer a mí mismo de que el único libro que importaba en el mundo era este. Afortunadamente, es una ilusión que se disipa. Hoy ya vuelven a existir todos los libros del mundo.

 

   GABRIELA BUSTELO
Arcadia (Bogotá), 19 de noviembre de 2007

 

 

Javier Marías, todas las voces. Vida y obra en un diccionario

Julián Marías

Con Veneno y sombra y adiós, el narrador culmina Tu rostro mañana, novela en tres tomos; 1.600 páginas que constituyen la empresa de mayor aliento de su autor. Con motivo de la aparición de un libro destinado a marcar toda una obra, el propio novelista habla de las personas, los momentos y los temas más importantes de su trayectoria vital y literaria.

INFANCIA
Hijo del filósofo Julián Marías, con apenas unos meses Javier Marías hizo su primer viaje a Estados Unidos. El escritor ha ironizado en uno de sus artículos acerca de aquella estancia imaginando que su llanto de bebé pudiera haber molestado a Nabokov, ya que el escritor ruso había vivido en el piso de arriba en la casa que su familia ocupó en Wellesley College (Massachusetts). Marías nació en Madrid, en 1951, en el barrio de Chamberí y allí discurrió su infancia. "Me hace gracia cuando se me acusa de extranjerizante", sonríe, al evocar su vida de niño, de la que no sólo tiene un buen recuerdo sino que sigue siendo para él un referente. Hoy, cuando se relaciona con adultos, intenta imaginar qué niños fueron: "El colegio es un microcosmos que reúne todos los tipos psicológicos: el cobarde, el noble, el bruto, el avieso... Indispensable para conocer a las personas". Estudió en el Estudio, colegio heredero de la Institución Libre de Enseñanza, y allí se asomó al universo femenino porque era un colegio mixto, algo nada usual en la España franquista. De esta época le quedan recuerdos vagos de escritores: Jorge Guillén, Ortega y Gasset y Azorín, a quien visitó con su padre un domingo y del que le impresionó que, a la una de la tarde, aún tuviera la cama deshecha. La familia pasó por problemas económicos -su padre estuvo en la cárcel por la denuncia de un amigo y de resultas tuvo prohibido el acceso a la universidad como profesor, así como escribir en los periódicos hasta finales de los años cincuenta-, pero el niño Javier Marías apenas se percató: "Nunca tuve la sensación de que me faltara nada de lo que quería. Siempre tuve libros, juguetes, y a mis hermanos y sus compañeros de colegio para jugar con ellos".

MADRE
Dolores Franco o Lolita, como todos la llamaban, era una mujer culta. Traductora, profesora y escritora, lo abandonó todo para dedicarse a sus cinco hijos, uno de los cuales murió: "Se quejaba de falta de tiempo para leer, era una mujer con mucho carácter y muy inteligente. Tengo grabada su enorme insistencia en que tratáramos bien a las chicas. Nos decía: 'A las mujeres tenéis que tratarlas bien porque es muy fácil hacerles daño'. Yo espero haberlo hecho en mi vida". Ella inculcó al futuro escritor el gusto por la lectura. Marías recuerda que les contaba cuentos como El castillo de irás y no volverás. Al parecer también les leía la Odisea y la Ilíada: "Esto nos lo ha contado mi padre y yo espero que no sea cierto porque puede quedar muy pedante".

MUJERES

Existen en su narrativa a través de la relación que establecen con los personajes masculinos. La mirada que las contempla es exterior y el narrador no se aventura en su interioridad. "Uno escribe desde su propia subjetividad y para mí lo verosímil es que los personajes digan cómo ven el mundo. Las mujeres están escritas desde una voz masculina y por tanto están más difuminadas".

EROTISMO
Presente en varias de sus novelas, siempre es un erotismo elegante, poco explícito y no exento de humor. En Tu rostro mañana el narrador se detiene en la descripción de una foto en la que aparecen Jane Mansfield y Sofía Loren, dos mitos eróticos de los años sesenta. También describe una turbadora escena entre el narrador y uno de los personajes femeninos de la historia. En ésta, el lenguaje gestual sustituye a la palabra, en ningún momento hablan de la pulsión que les lleva el uno al otro, y hacen como si lo que pasa no estuviera pasando ni antes, ni durante, ni después. Es la fórmula irónica del escritor para evitar el ridículo o la grosería: "Una de las cosas más difíciles en literatura es una escena de sexo. La mayoría oscilan entre el tratado de obstetricia y la cursilería semipoética". Reconoce no obstante el papel del erotismo: "Es importante para todo el mundo y para mí también, pero es algo que se hace y de lo que no se habla. Hay hoy la exigencia de que todo se sepa, y cada vez estoy más de acuerdo con las abuelas cuando decían que 'hay cosas de las que no se habla".

CONTAR
La primera frase de las 1.600 páginas que componen Tu rostro mañana es: "No debería uno contar nunca nada...". El contar o no contar es uno de los temas del libro y su autor opina que contamos cosas constantemente sin pararnos a medir su trascendencia: "Tengo la sensación de que contar es uno de los desencadenantes de todo, de cosas buenas, pero también de tragedias espantosas". En una conversación que en la novela sostiene el narrador con su padre, éste le dice: "Si hay algo de lo que estoy contento es de no haber hecho daño a nadie por haber contado lo que no debía". Hoy Marías lamenta que el silencio haya perdido su prestigio: "La gente no aguanta un minuto de silencio, por eso hay música en todas partes. Es un bien preciado porque es una de las cosas que nos permite pensar".

LOS DOMINIOS DEL LOBO
El título de su primera novela. Se publicó en 1971, cuando el autor tenía 19 años, en la editorial Edhasa. Fue Juan Benet quien le envió el manuscrito a Rosa Regàs para que lo publicara. Es un libro muy diferente de la actual narrativa de Marías, pero conserva su frescura y el "estado salvaje" en que fue escrita. "Es una de las novelas que más me gusta. La escribí con 17 y 18 años y me divertí mucho. No la escribí para publicar, lo hice para mí y para mis amigos".

TODAS LAS ALMAS
Su sexta novela y uno de sus libros más importantes. De ella dijo Juan Benet que nunca escribiría otra igual. Oxford, lugar en el que Marías vivió como profesor en los años ochenta, es su escenario y tanto éste como el ambiente que le rodeaba aparecen en novelas sucesivas. "Durante muchos años me he sentido en Oxford como en casa. Cuando estaba harto de Madrid y de la vida española, que es muy pesada, allí me sentía a gusto. Mi territorio particular, si es que hay alguno, es Oxford". Y el libro: "En cierto sentido es una novela fundacional".

JUAN BENET
Es un referente para generaciones de escritores, pero en el caso de Javier Marías puede decirse que es una persona nuclear en su vida. Primero como escritor: "Él sacó a la literatura española de un eterno provincianismo", y como guía: "Me enseñó a ver pintura, a oír música, a leer mejor. Era tan inteligente y tan agudo que se fijaba en cosas nada evidentes". Benet acuñó el término "el joven Marías", y era uno de los primeros en leer sus manuscritos: "Su juicio era para mí el más importante de todos y, a veces, cuando escribo, pienso en qué le parecería a él". El último libro de Marías que leyó fue Corazón tan blanco. "Fue un amigo y un maestro. Sus novelas son tensas y exigen un esfuerzo sobre todo en esta época de particular pereza intelectual, pero creo que debería ser más leído".

CORAZÓN TAN BLANCO
Se publicó en 1992, y el libro proporcionó a su autor un éxito rotundo. Fue bendecido por el crítico alemán Reich Ranicki, ganó varios premios internacionales y vendió casi dos millones de ejemplares. El tema del libro es el secreto, otra de sus preocupaciones: "Es una forma civilizada de tratarse con los demás. Si contáramos siempre la verdad nos mataríamos unos a otros". Sin embargo, Marías tiene sentimientos encontrados respecto a guardar determinadas cosas, por ejemplo, las que afectan a la Guerra Civil: "No todo se puede saber, pero me pone enfermo la impunidad". El secreto quedaría circunscrito a lo privado: "Una guerra es pública, ahí hay que recordar y contar".

LENGUAJE
Es conocido su empeño en la precisión del lenguaje y declara que la lengua en la que se escribe es algo secundario: "La lengua no posibilita la obra, concibo un Proust no escrito en francés y puedo concebir el Quijote escrito en inglés. Lo fundamental es lo que se crea, lo que se describe y las emociones que se provocan, Nabokov o Conrad escribieron en lenguas que no eran las suyas".

TRADUCCIÓN

Recibió el Premio Nacional de Traducción en 1979 por la obra de Lawrence Sterne, Tristram Shandy. Ha traducido a los mejores autores de lengua inglesa y para él la traducción es la mejor escuela: "El traductor es un escritor privilegiado que tiene la oportunidad de reescribir obras maestras en su propia lengua". Tristram Shandy es para él un libro muy importante y no sólo por haberlo traducido: "Una de las cosas que aprendí de él es la utilización del tiempo, descubrí que un minuto puede durar ochenta páginas".

ACADEMIA
Hace años se le propuso la entrada en la RAE, pero declinó la invitación porque no le parecía adecuado que se votase su ingreso delante de su padre. El pasado año volvieron a proponérselo y aceptó encantado: "Me hace ilusión. Es la primera vez que una institución no oficial, muy noble y siempre independiente, me hace un reconocimiento". A falta de la lectura del discurso, que aún no ha escrito porque dio prioridad a Tu rostro mañana, manifiesta interés por el trabajo que se desarrolla allí: "Tengo curiosidad por ver a qué se parecen las sesiones, si al colegio, a un internado, o a qué".

PADRE
El filósofo Julián Marías. Intelectual muy conocido aunque no reconocido. Su hijo reflexiona: "No puedo ser imparcial, pero hizo cosas muy valiosas. La derecha más cerril lo combatió ferozmente y al mismo tiempo, como era católico, la izquierda no lo hizo suyo. Ni los unos ni los otros apreciaron su independencia". "No recibió premios ni reconocimientos oficiales, y entre los políticos parece que sólo Adolfo Suárez tuvo algún gesto hacia él: "Es ridículo que ni siquiera obtuviera el Premio Nacional de Ensayo cuando lo han tenido mindundis de todo tipo. Con él se ha sido un poco mezquino en general". Para el escritor, Julián Marías fue antes su padre que el filósofo: "Su relación con los hijos era un poco torpe, no en mal sentido, sino que no sabía manejar a los niños, pero era muy cordial y muy cultivado, y para mí ha sido un privilegio tenerlo cerca". Siendo escritor uno imagina que el padre podía haberlo tutelado: "Tener un padre conocido para mí no fue un problema, quizá porque a los 19 años me publicaron mi primer libro, y aunque en ese terreno nunca fue explícito conmigo sé por terceras personas que apreciaba mis libros. En mi casa siempre ha habido un extraño pudor, respetábamos la privacidad, y públicamente tampoco hemos hablado el uno del otro, creo que eso es de mal gusto". La muerte del padre en 2005 le llegó a Javier Marías en plena redacción del tercer volumen de Tu rostro mañana. En él, el padre del narrador está directamente inspirado en el suyo y los diálogos entre uno y otro son algunos de los mejores momentos de la novela: "Tenía que mantenerlo vivo en la ficción. A veces salen frases de mi padre tal cual, como cuando nos decía: 'Desde luego no perdéis ocasión de decir alguna majadería'. Al terminar el libro es como si se hubiera muerto del todo". El escritor concluye su recuerdo: "No conozco la vida entera de mi padre, pero es de las personas más rectas e ingenuas que he conocido. Mis hermanos y yo le veíamos un poco desvalido respecto a nosotros, que tenemos más resabio. Él era mejor que nosotros, de eso sí estoy seguro".

AZAR
Muy presente en todas las novelas de Marías, para quien el azar no sólo existe sino que determina buena parte de nuestras vidas. Rechaza la soberbia contemporánea que quiere abolir el azar en aras a la explicación racional de todo, pero alerta sobre el azar en la literatura: "La vida es muy mala novelista, si uno mete en una novela las cosas que suceden en la vida, que está llena de azares, no hay quien se la crea. La novela es una representación de la vida que no admite todo lo que la vida tiene".

HUMOR
"Yo tengo fama de muy serio, o incluso de arrogante o de altivo, y de todas estas cosas que estoy harto de oír. Creo sin embargo que en mis novelas hay mucho humor, pequeñas bromas y hay alguna escena que aspira a ser cómica o en todo caso es un poco disparatada. El humor es una de las pocas cosas que nos salva. En el libro hay un momento que dice: "Callar es lo que nos salva", yo creo que sobre todo nos salva el humor. No puedo evitar ver la parte chistosa de las cosas. En el entierro de mi madre hace 30 años y en el de mi padre hace dos, recuerdo que al escuchar al cura no podía evitar una risa interior. Siempre me ha interesado la mezcla de lo grave y lo cómico, no es fácil combinarlas y no sé si me sale bien. Lo combina en cine Billy Wilder, lo combina Shakespeare, desde luego, Mankiewicz en cine y Molière en teatro, pero no es tan frecuente".

FÚTBOL
Aficionado desde los 7 años e hincha del Real Madrid, este deporte no sólo le proporciona un gran placer sino que le ha inspirado un buen número de artículos y cuentos que reunió en: Salvajes y sentimentales. "Algunos de los momentos más emocionantes de mi vida los he vivido con el fútbol. Tiene un elemento de representación que le emparenta con el teatro y el cine; y la solidaridad y el empeño común que tiene el juego es un trasunto beneficioso y pacífico de las batallas. Si no existiera el fútbol probablemente habría más peleas". Hace unos años, cuando el Numancia de Soria subió a primera división el escritor ofreció a los jugadores una prima económica si se mantenían en la categoría: "De niño pasábamos muchos veranos en Soria y siempre he tenido simpatía al equipo de allí. Les di cinco millones de la época, los que gané en un premio literario".

REINO DE REDONDA
Con quince títulos publicados, Reino de Redonda es un sello editorial que nació al tiempo que Marías se convirtió en rey de Redonda: "Cuando recibí el Reino de mi predecesor éste me dijo que entre mis obligaciones estaba mantener viva la memoria de los anteriores reyes. Así publiqué a M. P. Shield, el primer rey de Redonda, y luego quise recuperar algunas de las traducciones que yo había hecho". La editorial no tiene un plan real de publicaciones porque el editor que es Javier Marías va improvisando, "eso es lo que me divierte". Los libros, editados sin escatimar costes, la convierten en deficitaria aunque el editor le resta importancia: "El Reino no se arruina por eso".

SHAKESPEARE
Varios títulos de sus novelas están inspirados en obras de este autor: Cuando fui mortal, Corazón tan blanco, Mañana en la batalla piensa en mí, Tu rostro mañana: "Es el escritor más fértil para otro escritor. Los hay que te paralizan, que te hacen pensar qué hago yo aquí dándole a la tecla, pero Shakespeare está lleno de apuntes inexplorados, de frases brillantes y enigmáticas".

POESÍA
Piensa que es la forma de arte más elevada de la literatura y ha traducido a algunos de los mejores poetas: Auden, Faulkner, Nabokov, Ashbery, Wallace Steven, Stevenson. Sin embargo, le sorprende que sus críticos no señalen su deuda con ella: "Casi nadie se ha dado cuenta de que alguna de mis influencias más fuertes es de poetas. En este libro hay citas de Eliot, de Ashbery, de Rilke, de Machado, de Lorca, y hay influencia también en el ritmo de la prosa". Sin embargo, nunca escribió poesía, ni siquiera de niño: "Propiamente no, pero creo haberla escrito dentro de mis novelas. Quién sabe, si ya no hago más novelas haré poesía".

DIGNIDAD
"Lo que intento es escribir con recursos de buena ley, sin trampas. Cualquier escritor, haga lo que haga, tiene que tener convicción. La novela es ficción y hay un momento en que uno que ya es perro viejo no se lo cree. Tener la capacidad de decir: no, esto no me lo creo, ésa es la dignidad del escritor, exigirse a uno mismo".

MAÑANA
Acaba de cumplir 56 años y, después de esta novela, mira al futuro: "Yo que sé qué seré mañana aunque no creo que pueda cambiar ya mucho. Hace años, con algo más de 40, dije que algunos libros conviene hacerlos antes de cumplir los 50 porque a partir de ahí dejan de ser inteligentes. Quizá lo puse muy pronto, pero creo que hay gente que a partir de una edad se imbeciliza, da giros extraños, se frivoliza y pierde inteligencia. A lo mejor corro el riesgo de convertirme en un vacuo, aunque espero que no. Lo que no sé es si escribiré más novelas en el futuro. Ahora mismo me siento incapaz ante la mera idea de crear otro mundo distinto que el que he habitado durante estos ocho años. ¿Cuál sería? Ni siquiera se me ocurre".

Un autor en dos conversaciones

JAVIER MARÍAS recibe en su casa, en el Madrid de los Austrias. A juzgar por su rostro risueño, el escritor está relajado y contento. Acaba de terminar Tu rostro mañana, novela en tres tomos en la que ha invertido ocho años de trabajo. Un libro sobre el paso del tiempo con el que amplía su particular geografía del comportamiento humano: "En el primer volumen había una frase: '¿Cómo es posible que no conozca tu rostro mañana, que no te conozca lo suficiente para saber lo que puedo esperar de ti?'. El libro trata de la dificultad de conocer a las personas que nos importan. Y de conocerse a uno mismo. Quizá este volumen se podría haber llamado Mi rostro mañana", resume el escritor, para quien la línea entre vida y literatura cada vez es más delgada. Durante dos conversaciones consecutivas, Marías ayudó de forma generosa a confeccionar las voces de este diccionario. Es un gran conversador y sobre casi todo tiene algo propio que decir. Habla como escribe, de forma reflexiva, pausada y precisa. Un adjetivo a veces no es suficiente para atrapar el concepto y utiliza dos, o los que hagan falta, pero no renuncia a la claridad y la precisión, cualidades ambas consustanciales a su carácter y a su obra. Una obra que a estas alturas es ya todo un universo.

   MARÍA LUISA BLANCO
El País, Babelia, 29 de septiembre de 2007

 

 

Javier Marías, escribir para ver

Javier Marías nació en Madrid en 1951 y sigue pareciendo aquel joven que cuando tenía 19 años publicó su primera novela, Los dominios del lobo. Han pasado muchos años, han venido las canas y muchos más libros; él se ha convertido en un articulista afamado y polémico, algunos libros suyos han dado saltos increíbles en las listas de éxitos internacionales, y fue muy famosa aquella apuesta que hizo por él y por Corazón tan blanco el crítico más importante de Europa, el alemán Reich Ranicki. Ha pasado todo eso, e incluso le han hecho miembro de la Academia, a la que él nunca quiso acceder hasta que muriera su padre, Julián Marías, y esa muerte ocurrió en el invierno de 2005. Pero Javier Marías sigue despertando en persona esa sensación de que uno se halla ante un adolescente sensato que coleccionó soldados de plomo y que ahora colecciona libros y películas, y que tiene la imaginación y la mente y la cabeza y la casa llena de ficciones que su maestría, la que demuestra en sus libros y sobre todo en la última novela de su trilogía, Tu rostro mañana, convierte en historias que traspasan la ficción para parecer verdaderas, tangibles. Parece un adolescente todavía, pero sólo un escritor muy maduro puede sentarse ante la máquina de escribir -nada de ordenadores, sólo en la máquina de escribir- y lograr con esa maestría una ficción que de pronto te asalta como si fuera un relato de la realidad. Hay momentos en esa trilogía, y sobre todo en este volumen, Veneno y sombra y adiós, en que la ficción parece tan vívida y tan real que te dan ganas de acudir en auxilio del protagonista, que uno siempre cree que es el propio Marías, y que no es Marías para nada, para proponerle salidas al embrollo en el que está metido, para ayudarle a transitar por el Madrid peligroso en que Jacobo Deza (el personaje de la ficción) se introduce como si quisiera vivir dentro de una madeja o de un laberinto.

Así que cuando uno entra en esta casa grande en la que vive el Marías de verdad, ve los manuscritos corregidos que llenan una caja grande y repleta, y se sienta en medio de esta luz melocotón de la que hablaba la maestra Soledad Alameda en la entrevista con la que se saludó (en EPS) la salida del segundo tomo de Tu rostro mañana, uno vuelve a imaginar que Marías es Deza, que trabajó en el servicio secreto británico, que se separó de una mujer que se llama Luisa y que persiguió, con las armas (el veneno) que le dieron en aquella agencia de espionaje, a un enemigo muy encarnizado que tuvo.

Y claro que no: Marías es Javier Marías, una persona educada y solícita que regala a sus amigos incluso aquello que él quisiera quedarse; que ha sido hecho rey de una isla llamada Redonda, en la que no tiene súbditos, y que es hoy día uno de los grandes escritores de este país y de Europa. Vive en esta casa, se levanta tarde, tiene el contestador telefónico siempre conectado -en el que su propia voz dice un mensaje que se parece al título de su última entrega ("… y, y… adiós")-; es un hombre metódico, muy trabajador, muy ensimismado, pero hablador; si le preguntas, habla. No se puede uno imaginar las horas y horas y horas de silencio que hay detrás de esta obra y de tantas obras que el antes joven Marías (así le llamaba Juan Benet, don Juan, uno de sus grandes amigos, un referente inolvidable) ha ido haciendo en una mesa como esta que ahora está llena de objetos y de libros viejos o recientes, en la que, sin embargo, no hay prácticamente ninguna nota sobre lo que ha ido escribiendo. La respuesta es simple: todo está en esta cabeza que ahora pasa a responder, hablando a media voz, como habla Javier Marías, las preguntas que nosotros le hacemos mientras cae sobre este lugar de Madrid la última luz de septiembre.

Mientras hablábamos le llegaron los dos primeros ejemplares de este último tomo -"mi mejor novela"-. Se interrumpió la conversación; Marías estaba radiante, feliz, pero sobrio. Relajado, tranquilo, el novelista habla de su esfuerzo, el último, dice, de estas dimensiones.

Veneno y sombra y adiós. Es un libro que requiere mucha inteligencia para ser escrito, imagine cuánta hace falta para leerlo. ¿Cómo nace un libro así?
Estamos hablando del tercer volumen, el más largo de los tres; sin duda el más extenso y el que más trabajo me ha dado. La verdad es que es un libro, como todos los míos, que no está planeado de antemano. Cuando empecé a escribir el primer volumen preveía que iba a ser una novela extensa, pero de ningún modo tanto como ha resultado ser. Así que cuando lo publiqué anuncié que iba a haber un segundo volumen, pero de ningún modo pensaba entonces que pudiera haber un tercero, y aquí está. Fue cuando ya avanzaba en el segundo tomo cuando entendí que seguramente sería necesario un tercero. La ambición del libro surge del mismo libro. No de mi intención.

Así que el libro le va conduciendo.
No, a mí no. No acepto eso de que los libros le vayan conduciendo a uno o que los personajes se rebelen frente a la voluntad del escritor. Uno conduce el libro, faltaría más. Uno improvisa, uno decide. Tú decides siempre. A mí lo que más me gusta del acto de escribir es el proceso de averiguación. Yo averiguo la novela que estoy escribiendo y sólo la entiendo cuando la he terminado. Los dos primeros volúmenes, que fueron publicados en 2002 y 2004, fueron saludados con mucha generosidad también en el extranjero, sobre todo por la crítica anglosajona, y yo me decía: "Pero si no he acabado la novela. Son muy generosos, pero están leyendo una cosa aún incompleta. No se puede juzgar hasta que se haya acabado del todo".

¿Y le enseñaron algo, le advirtieron sobre algo de lo que estaba escribiendo?
Cuando salió el primer volumen decidí que no iba a leer ninguna crítica, y más o menos lo cumplí. Cuando se publicó el segundo volumen, y el tercero iba bastante adelantado, leí algunas críticas extranjeras. Me suelo fijar bastante más en lo que dicen en el extranjero simplemente porque fuera no te conocen y no hay elementos espurios, prejuicios, o posjuicios. En ese sentido, esas críticas me animaron. Hubo una o dos que fueron negativas. Una me hizo mucha gracia porque decía algo así como: "Yo, más o menos, preveo cómo va a seguir el libro…". Y pensé: ¡qué suerte, yo todavía no lo sé!

Esa indagación, esa averiguación que hace para seguir el libro, constituye también un estilo, ¿no? El lector averigua al tiempo que averigua el escritor.
Creo que el escritor, por el mero hecho de estar utilizando palabras, por estar contando una historia, conviene que escriba con inteligencia. Hay gente que me ha dicho que mis libros son complejos, pero que yo hago todo el trabajo. Es decir, que no exijo ningún gran esfuerzo por parte de los lectores. Creo que el lector puede seguir perfectamente el proceso del libro sin tener que poner demasiado de su parte.

¿Y cuál es el chispazo de una historia así, en la que no sólo hay ficción, sino realidad, y éstas se juntan hasta que uno cree que usted habla de algo que le sucedió? ¿Cómo nace Jacobo Deza, el personaje del libro?
Jacobo, en realidad, nació hace dieciocho años. Es el narrador de Todas las almas. Y aunque esta última novela se puede leer independientemente de Todas las almas, no deja de ser el mismo personaje con muchos más años. ¿El chispazo? Ésta es una cuestión delicada; hace algunos años no hubiera podido abordarla en público porque una de las personas claves de la historia vivía aún, era sir Peter Russell. Un gran amigo mío. Era profesor, catedrático, un gran hispanista de la Universidad de Oxford. Y aunque a él no le gustaba hablar de eso, trabajó para el servicio secreto durante la guerra. Y la verdad es que tengo conocimiento directo, de primera mano, de algunas cosas relacionadas con el servicio secreto inglés. Recuerdo que sir Peter Russell decía que nunca contaría en vida nada de lo que había hecho o dejado de hacer porque no estaba dispuesto a ser pasto de dominicales. ¡Y aquí estoy, hablando de eso para un dominical! Además me dijo, y eso está reflejado en la novela, en el personaje que le corresponde, que oficialmente no tenía autorización para contar lo que había hecho setenta años atrás. Evidentemente, a partir de estos datos que conozco se produce una fabulación por mi parte. Y luego hay otro elemento que, en mis últimas seis novelas, aparece constantemente, y es un narrador que ha renunciado a su propia voz. Es un intérprete de vidas, un espía que tiene una cierta facultad para saber qué se puede esperar de las personas, sobre todo de las más cercanas, que son las que más daño nos pueden hacer.

El que es capaz de saber qué puede ser “tu rostro mañana”.
Exactamente. En este volumen es donde más se encuentra ese personaje capaz de encontrarse con lo que será el rostro mañana. Ese personaje con esa facultad es la primera chispa, por decirlo así. En este tercer volumen también se explica cómo afectó la caída del muro de Berlín al servicio secreto británico y a los servicios secretos de otros países. Hubo mucha gente que perdió su trabajo, y muchas cosas cambiaron radicalmente. Durante diez u once años, muchos agentes secretos empezaron a ofrecer sus servicios a empresas privadas, y, por tanto, empezaron a tener otros clientes, los que en la novela se llaman "particulares-particulares". Ya no estaban trabajando sólo para el Estado.

Todo novelista debiera tener ese don de adivinación. ¿En qué grado se ha sentido usted intérprete de los rostros que ha ido conociendo?
En el fondo es lo que intentamos hacer todos, sobre todo en las personas que mejor conocemos. Conrad decía que escribía sobre todo para que la gente viera. Era el mismo afán que tenía cuando era marino. Lo peor que le podía pasar a un marinero era no ver. Yo escribo para que la gente vea. A veces ocurre que cuando más interés tenemos en ver, vemos menos. Al narrador de esta novela le pasa que cuando más falla a la hora de interpretar es cuando está mirando a las personas más cercanas.

En su novela, esa sensación de interpretar, de ver, de intuir, de creer, se produce de forma casi física, no sólo anímica.
Casi todos tenemos el empeño de creer. Lo que no se puede hacer es ir por la vida lleno de desconfianza. Hay que ir con buena fe, a pesar de todo. Queremos creer. Si alguien me dice algo que me parece bien, y es inteligente y noble, en ese momento lo último que quiero es desconfiar. Todos tenemos esa especie de optimismo que nos lleva a pensar que no nos van a engañar por sistema.

Los dos personajes mayores de la novela, Wheeler y el padre de Deza, dicen que las cosas van a ir a peor en el mundo.
Esos personajes están inspirados en personajes reales. El padre del narrador es mi padre, y Wheeler es sir Peter Russell. A ambos, ya viejos, les oí decir: "No sabes lo deprimente que es vivir en una época de decadencia cuando uno ha conocido otras épocas". Los que hemos nacido alrededor de 1950 hemos conocido épocas de las que ya no queda rastro, y también podemos decir eso.

El padre de Jacobo, en la ficción, dice: "Es triste asistir a una época de tontuna en todas partes". Y lo que dice Wheeler es: "La mayoría de la gente es tonta, tonta, frívola y crédula. No sabes hasta qué punto. Una permanente hoja en blanco sin la menor huella ni resistencia".
Yo creo que pasa más ahora que en otros tiempos. El grueso de la gente me ha dado la impresión de que ha renunciado a saber. Quizá el cúmulo de información es tan monstruoso que resulta engañoso. La gente confunde la información con el saber, y está, en general, cómoda con esa ignorancia profunda. Una de las cosas que decía mi padre era: "Creo que el hombre se está convirtiendo en un ser primitivo con mucha información". Y pienso que tenía razón. Se ha renunciado a la educación, a la cortesía. Hay muchas cosas que hacen que éste sea un mundo muy distinto.

En el libro alude usted al fenómeno de la telebasura, y a la gente que quiere aparecer a toda cosa en los medios.
Hay un grado de exhibicionismo que me llama mucho la atención. Se ha perdido en gran parte el pudor. Se ha perdido la distinción entre lo que se puede decir públicamente y lo que se puede decir en privado. Hoy ser hipócrita está mal visto, pero hay un mínimo de educación en el hecho de ser hipócrita. Se ha ido muy a favor de la transparencia, todo tiene que ser transparente, y todo el mundo ha acabado hablando de cosas que deberían dar vergüenza.

En el libro aparece también un fenómeno de la guerra mundial: la apelación al silencio, a que no se cuente nada por miedo al uso que de lo que se dice haga el enemigo. Es mejor no contar nada.
Sí, es la primera frase del primer volumen. No debería uno contar nunca nada… Y a medida que avanzó el libro me fui dando cuenta de que en él hablaba de todo, como en éste. Es lo que yo decía: la ambición del libro la va imponiendo el propio libro, mientras se hace. Me di cuenta de que es un libro que aspira a hablar de todo. Se habla de la guerra, de los tiempos de paz, de la violencia de género, del miedo, del Estado, y del patriotismo, si me apura. También es una novela amorosa, sobre la añoranza, sobre la culpa. Y fue haciéndose así, tal como se lee. Yo no trabajo con ordenador. Todo lo que hay está en mi cabeza. Hay algunas citas, de Eliot, de Rilke, que funcionan como un fondo musical; ésas no me las sabía, había que buscarlas, me di cuenta de que mi memoria no daba tanto de sí.

El capítulo “Veneno” de esta última entrega es muy intrigante. Se habla en él de las cloacas del Estado, y eso le permite hablar de la policía, de lo que hace el Estado para defenderse. Se habla de mucho de lo que ha sucedido en democracia en nuestro propio país. ¿Cómo llegan esos asuntos al proceso de elaboración de la novela?
Las sociedades actuales exigen transparencia, que se sepa todo. Y creo que eso es erróneo. El Estado ha hecho cosas delictivas, y eso lo sabemos todos. Todos los Estados lo hacen. Pero en esa exigencia de transparencia hay un elemento de hipocresía. Lo normal es que la gente quiera creer que el Estado no hace nada, y hace muchísimas cosas. Y ahora también pasa que siempre que ocurre algo, un accidente, por ejemplo, lo que primero se hace es buscar culpables o responsables, no se acepta el azar. Y eso responde a una soberbia enorme por parte del ser humano. Todos nos podemos equivocar. Yo puedo cometer una falta de ortografía, u otras equivocaciones, todo el mundo está expuesto a equivocarse. En cuanto a los Estados, todos tienen las manos manchadas. Siempre, de siempre. A nadie le puede caber duda de eso. Lo que pasa es que se prefiere ignorar. Wheeler dice en el libro qué cosas hicieron los buenos durante la guerra, e hicieron cosas atroces, que se negaron siempre. El tiempo de paz suele juzgar el tiempo de guerra. Y eso es una injusticia, porque esos tiempos se excluyen.

Cuando Jacobo vuelve a España, a resolver algunos asuntos, reflexiona sobre el envilecimiento de su país, pero se enfada si de eso le habla un extranjero. ¿Envilecimiento? ¿Lo ve usted así?
Ahora mismo vivimos en un tiempo en el cual, para empezar, hay una clase política que da la impresión de no tener escrúpulos, o de tener muy pocos. Tengo la sensación de que lo que hacen los políticos no es lo que más interesa a los ciudadanos. Se dedican a hacer extraños negocios, recalificaciones, se ven continuos casos de corrupción. Tenemos, además, una prensa que en líneas generales es muy venenosa. La lucha contra la calumnia es una tarea imposible. Hay una especie de actitud de combate feroz y sin escrúpulos. Gran parte de la sociedad ha perdido mucha capacidad moral. El todo vale se ha impuesto. Y todo eso está en la sociedad española.

¿Y el mundo que se corresponde con el suyo? En algún momento, el protagonista de su libro habla de "esa plaga" refiriéndose a los escritores.
Bueno, lo dice el narrador. Creo que en la literatura española persiste uno de los lastres tradicionales, la zafiedad y la cursilería. Es algo llamativo, porque eso no lo tiene en absoluto Cervantes.

Este libro incluye muchos asuntos que usted ha tratado en sus artículos; en EPS, por ejemplo. ¿Qué le ha dado a usted como novelista este trabajo periodístico?
Tengo que decir que no mucho. Hay una diferencia muy grande entre mis columnas periodísticas y mis novelas. Siempre digo que cuando escribo un artículo lo hago como ciudadano. Cuando escribo una novela, el ciudadano desaparece. En una novela se puede ser salvaje. En un artículo nunca haría afirmaciones como las que hago en mi novela. En un artículo te estás haciendo responsable, y el sentido de la responsabilidad, en la novela desaparece.

¿Cuánto hay de no ficción en esas páginas de Jacobo con su padre?
Hay bastante, pero no todas las cosas que dice el padre las ha dicho mi padre. Hay dos conversaciones con el padre del protagonista, Jacobo Deza. En una de ellas le dice al hijo que tiene la seguridad de no haber dicho nada que hiciera daño a nadie. Otra cosa que dice es que está seguro de no haber matado a nadie durante la guerra, en el frente. Tiene la seguridad, pero no quiere decir que no lo hubiera hecho. Ahí sí que hay algo de autobiográfico. Ha habido algo extraño en esta novela; yo no podía haberla escrito si ellos no me hubieran permitido, Wheeler y mi padre, que usara en ella sus biografías. Por eso está dividida en partes, para que ambos la vieran. Y logré que vieran y leyeran, en parte, los dos primeros volúmenes; murieron ambos cuando estaba escribiendo el tercero, y he tenido la sensación de tenerlos conmigo, vivos, hablando.

Es un homenaje.
Sí, un homenaje y una utilización consentida. Este libro no podría haber existido si ellos no me hubieran prestado sus biografías o sus personalidades.

¿Cómo se sintió escribiendo esos capítulos, particularmente?
La verdad es que me costaron especialmente. No soy una persona que se emocione mucho mientras escribe. El escritor no se debe emocionar, sino buscar la emoción del lector. Debo decir que me fueron muy costosos. Me entristecieron y sí que me emocioné. Sin embargo, esas dos conversaciones, incluso la muerte de esos dos personajes, creo que están hechos con mucha sobriedad. No son lacrimógenas. Me dio pena y a la vez me dio consuelo.

Entiendo que sir Peter Russell se divirtió mucho leyendo su parte. ¿Y su padre, qué le dijo?
Mi padre era muy escueto con sus comentarios sobre lo que yo hacía. Creo entender que le gustó mucho, pero a mí me dijo: "Está bien". Solamente recuerdo que cuando le leí la parte donde relato la delación de la que fue objeto al acabar la guerra, por parte de un amigo suyo, me dijo que él nunca había nombrado a ese personaje. Y yo sí lo nombro, es mi derecho.

Cuando uno escribe sobre algo tan cercano, ¿escribir no le cambia?
Creo que no. El escritor debe diferenciarse del ciudadano. Si te has pasado el día escribiendo y sales a cenar, no sales con el escritor encima. Hay que dejarlo en casa. Cuanto más escribo, más raro, más absurdo me parece. Cuantos más libros escribo, menos entiendo cómo los hago. A veces hago una página al día, o dos. Y no todos los días puedo escribir. En mi agenda anoto cuando me interrumpo y cuando reanudo los libros. Una de las primeras personas que leyó el libro me preguntó qué estaba escribiendo yo cuando mi padre murió. Le dije que estaba en la página 112 del manuscrito, y era el 8 de diciembre de 2005; y veo que la 123 la escribí el 28 de diciembre. Y me dijo: "Pues no se nota nada". El escritor tiene que estar en una realidad paralela. Cuando uno está muy afectado no escribe. Y eso hago: cuando estuve muy afectado, pues no escribía.

¿Y qué hace entonces?

Leo más. Una de las cosas que se ha llevado este libro es la posibilidad de leer. Desde hace siete u ocho años he leído muy poco. Cuando uno está trabajando a lo largo de tanto tiempo necesita creer que es el único que existe.

Después de un esfuerzo como este que ha hecho, ¿qué queda dentro?
Queda mucho, pero tengo la sensación de que no voy a escribir más novelas. Desde luego lo que sí sé es que no voy a hacer ya nada de dimensiones equivalentes. El mero hecho de haberlo terminado ya es apabullante para mí, 1.600 páginas. Tengo la sensación de haber dicho todo lo que tengo que decir en el campo de la novela. Si alguien me pregunta: ¿y ahora qué?, le diría: "Nada. A descansar". Después del esfuerzo y del tiempo empleado no me queda más remedio que pensar que sí, que es mi mejor novela. La más ambiciosa, sin duda. Creo que sí, es mi mejor novela.

¿Qué quiere decir cuando afirma que ya lo ha dicho todo en el campo de la novela?
Ahora mismo, la sola idea de crear otro mundo distinto de éste me parece imposible. Por primera vez en mi larga carrera, cuando acabé el segundo volumen y descansé un poco me sentí incómodo. He sentido la ficción como un verdadero refugio. Por eso me atrevo a decir ahora que los que escribimos no podemos concebir una mejor manera de vivir.

El personaje de su libro hace un regreso melancólico a Madrid, y recorre calles en las que un lector, y a mí me ha pasado, ha creído verle a usted mismo. Ha logrado usted una ficción muy real.
La ficción está en todas partes, está aquí mismo, en esta habitación. No hay más que mirar alrededor del cuarto. Todo puede ficcionalizarse. Basta con aplicar la mirada ficticia. Hay una mirada de la imaginación. La gente carece de imaginación, y no me refiero a la invención de mundos raros, a monstruos. Lo que quiero decir es que la gente, aparte de vivir cosas, tiene capacidad para vivir más con la imaginación y hacer historias con ello.

Vayamos a la realidad. ¿Cómo se siente en este país en este momento?
Yo no me siento muy cómodo en este país. Me he sentido un poco extranjero, como si fuera un falso español, y yo nací en Chamberí. De niño viví en Estados Unidos, pero siempre me he sentido un poco ajeno. A veces me desespero. Hay una mala leche excesiva, una saña, una zafiedad. Hay a menudo una especie de odio a lo inteligente, y a lo reflexionado, y a lo sentido. Hay una difícil aceptación de lo distinto. Ahora, por ejemplo, me he quedado un poco estupefacto: ha muerto un futbolista, Antonio Puerta, muy joven; una muerte terrible, está claro, todos estamos de acuerdo. Pero que los telediarios abran con esa noticia un día, y otro, y otro; que se haya criticado al Barcelona porque ha sido el único equipo normal, que se ha puesto el uniforme del luto, pero que no haya cancelado el partido… Hay una especie de mandamiento: alguien dice "esto tiene que ser así", y todo el mundo a cumplir. Éste es un país con una enorme vocación totalitaria, que todo sea como alguien quiere que sea.

Así habla usted en sus columnas. Sus columnas crean opinión y también conflicto.
No lo intento. Lo que sí hago es decir lo que opino y no callarme las cosas que me parece que están muy mal. Hay gente que lo agradece mucho. Una de las peores cosas que tiene el ser columnista es la sensación de fracaso permanente, y eso no ocurre con la literatura. Digo esto, digo lo otro, y al final uno no ve que lo que escribe sirva para algo.

Hoy le he encontrado muy bien, muy contento, como cuando Sol Alameda le vino a ver, en una ocasión parecida. ¿Cómo se encuentra, cuál es su estado de ánimo?
Estoy contento en general, de haber hecho este libro, de haberlo terminado. El libro ahora tendrá verdadera vida. Eso es bueno y es malo. Ha habido momentos de desfallecimiento, de desconcierto. Ahora gustará o no, tendrá buena vida o mala vida. Pero el hecho de haberlo acabado me deja contento, sí.

¿Qué es lo que le pone contento, en general?
Estar con las personas que más quiero y con las que más me río. Y agradezco enormemente a las personas que me hacen reír y que ríen. Me pone contento ver películas, escuchar música. Me pone contento pasear, ver partidos de fútbol buenos.

Ponga en práctica la capacidad de su personaje. ¿Quién tiene cara de ganar la Liga?
Acabamos de empezar. Aún es pronto para decidir.

¿El Madrid, su equipo?
Es pronto, y además me encuentra en un tiempo de indiferencia. Ya veremos qué hace.

   JUAN CRUZ
Fotos: Jordi Socias
El País Semanal, 23 de septiembre de 2007